martes, 23 de junio de 2020

Océanos cósmicos - Vicent J. Martínez

1.1
Océanos cósmicos.
En la orilla del océano cósmico.





La analogía del océano cósmico que utiliza Carl Sagan (1934-1996) para iniciar tanto su serie televisiva de divulgación Cosmos como el libro que publicó con el mismo título [1] no es nueva. Tiene, en realidad, miles de años de antigüedad. En la cosmogonía egipcia se habla del Nun, las aguas primitivas: un océano ilimitado, oscuro, desconocido e inerte que se encuentra por encima del cielo y por debajo de la Tierra [2]. Sagan, al inicio de la serie televisiva camina por un acantilado, desde el que se observa la inmensidad del océano y pronuncia la célebre frase en la que define su Cosmos: "El Cosmos es todo lo que es o lo que fue o lo que será alguna vez" para continuar con lo que va a ser el hilo conductor de su viaje personal: la capacidad del ser humano para maravillarse con la observación y el entendimiento del universo y afirma "Nuestras contemplaciones más tibias del Cosmos nos conmueven: un escalofrío recorre nuestro espinazo, la voz se nos quiebra, hay una sensación débil, como la de un recuerdo lejano, o la de caer desde lo alto. Sabemos que nos estamos acercando al mayor de los misterios".
El capítulo I de Cosmos se titula «En la orilla del océano cósmico».  La orilla para Sagan no es más que la superficie de la Tierra, nuestra atalaya, como el acantilado sobre el que camina en la primera escena de la serie televisiva: el lugar desde donde vamos a observar la inmensidad del universo. Y ese océano cósmico nos llama, como el inmenso mar llamaba, casi obsesivamente, a los balleneros en la novela Moby Dick de Herman Melville (1819-1891).
Inicia Sagan su viaje hablando de la estructura a gran escala del universo, de la textura que forman la distribución de galaxias en el Cosmos. Algo que empezaba a ser conocido en ese momento. No es casualidad que el libro de referencia en esta materia haya sido, por muchos años, el que publicó el recientemente galardonado con el premio Nobel de Física, Jim Peebles (1935), precisamente en 1980, el mismo año en que se emitió el primer episodio de Cosmos. Esa obra, The Large-Scale Structure of the Universe [3], ha sido el libro de cabecera durante muchos años de los que nos hemos dedicado a estudiar este campo de la Cosmología.
En Cosmos Sagan muestra, en blanco y negro, uno de los primeros cartografiados de la distribución de galaxias, el catalogo realizado por Donald Shane (1895-1983) y Carl Wirtanen (1910-1990), del observatorio Lick de la Universidad de California [4].  Ese tipo de mapas del cielo mostraban las posiciones proyectadas sobre la esfera celeste de miles de galaxias. En ellos se aprecia inequívocamente la tendencia al agrupamiento de las galaxias, consecuencia de la fuerza dominante a estas escalas cómicas que las hace sociables: la gravedad.  Sagan lo explica con elocuencia: "Son las galaxias. Algunas son viajeras solitarias; la mayoría habitan en cúmulos comunales, apretadas las unas contra las otras errando eternamente en la gran oscuridad cósmica". Con el paso del tiempo, estos cartografiados crecieron en extensión e incorporaron la tercera dimensión, a partir de medidas espectroscópicas del desplazamiento hacia el rojo de las galaxias (el redshift). Conocer esta cantidad permite estimar la distancia a la que se encuentra una galaxia en el marco de un modelo cosmológico: los mapas se hicieron tridimensionales que contienen centenares de miles e incluso millones de galaxias hoy en día.
Los astrónomos también han sido capaces de medir, para las galaxias de nuestro entorno, sus velocidades peculiares, es decir,  no solo sabemos a qué velocidad se alejan las galaxias de nosotros como consecuencia de la expansión cósmica postulada por Edwin Hubble (1889-1953), sino que además podemos llegar a medir las velocidades que experimentan como consecuencia de la atracción gravitatoria que ejercen unas galaxias sobre otras y fundamentalmente, la materia oscura que las envuelve sobre cada una de ellas.  Esta información nos ha permitido comprender las entidades más grandes de la macroestructura cósmica: los supercúmulos.
Carl Sagan habla del Grupo Local en este capítulo y lo define como un "cúmulo disperso, oscuro y sin pretensiones". Se trata del pequeño grupo de galaxias (la palabra cúmulo hoy se utiliza para agrupaciones con más de 50 miembros grandes). En el Grupo Local hay dos galaxias espirales grandes: Andrómeda (M31) y la Vía Láctea, una tercera algo menor, también espiral, la galaxia del Triángulo (M33) y otras 40 galaxias bastante más pequeñas, elípticas o irregulares, muchas de ellas satélites de la Vía Láctea (como las Nubes de Magallanes) o de Andrómeda (como M32 o NGC205). Tiene una extensión de unos 3 millones de años luz.  Sobre este tema, Carl Sagan se extiende en el capítulo X, «Al filo de la eternidad».  Allí habla del cúmulo de Virgo, a unos 60 millones de años luz de nuestra galaxia: un enjambre formado por miles de galaxias, algunas descomunales, como M87, que recientemente ha adquirido fama ya que un grupo internacional de radioastrónomos ha conseguido fotografiar el agujero negro supermasivo que alberga en su centro [5]. Nombra Sagan en este capítulo a George Smoot (1945), que más tarde obtendría el premio Nobel de física, junto a John Mather (1946), por sus estudios de la radiación cósmica de fondo con el satélite COBE. Dice Sagan que Smoot y sus colegas han sido capaces de medir las velocidades de la Vía Láctea y otras galaxias de nuestro entorno cayendo hacia el cúmulo de Virgo.
Otras estructuras aún más grandes pero no ligadas gravitatoriamente, como lo están los cúmulos, son los supercúmulos de galaxias. El cúmulo de Virgo y el Grupo Local pertenecen al supercúmulo Laniakea, un término hawaiano que podríamos traducir por «cielo inmenso». Los astrónomos R. Brent Tully (1943), Hélène Courtois (1970), Yehuda Hoffman y Daniel Pomarède postularon su existencia (y lo bautizaron con ese bonito nombre) en una artículo publicado en la revista Nature [5] en 2014. Midieron las posiciones y velocidades peculiares de más de 8.000 galaxias y determinaron las fronteras del supercúmulo, de manera similar a como se definen los límites de una cuenca hidrográfica (la línea divisoria de aguas): cualquier punto del supercúmulo está cayendo hacía su interior. Su extensión sería de unos 520 millones de años luz y albergaría una masa equivalente a cien mil billones de soles (ver imagen). Seguro que Sagan, tan amante de la geografía como mi colega Jorge Olcina (autor del epílogo de este libro-tributo a Cosmos), acabaría su hipotético capítulo sobre estos descubrimientos diciendo algo así: Nuestra dirección cósmica es a partir de ahora: la calle en la que vivimos y el número del portal, código postal, ciudad, país, la Tierra, Sistema Solar (tercer planeta), Brazo de Orión, Vía Láctea, Grupo Local, Laniakea.

Mapa tridimensional centrado en nuestra galaxia en el que se muestra la distribución de supercúmulos de galaxias con Laniakea marcado en amarillo. 
Crédito: Richard Powell / CC BY-SA


La última vez que estuve en el Museo Galileo de Florencia compré una camiseta con una frase de Galileo Galilei (1564-1642): Misuraciò che è misurabile, e rendimisurabileciò che non lo è, o sea, mide aquello que sea medible y haz medible lo que no lo sea. En los diferentes episodios de la serie Cosmos, Carl Sagan explica muchas de las mediciones que han hecho los astrónomos a lo largo de la historia para entender el universo y relata las técnicas que se han utilizado para llevarlas a cabo. Sin duda, una de las mediciones más potentes, por lo simple del método y lo espectacular del resultado obtenido es la medición del perímetro de la Tierra que realizó Eratóstenes de Cirene (276-195 a. C.). Explica Sagan que Eratóstenes era conocedor de que un obelisco que estuviera en la ciudad de Siena (la actual Asuan), situada aproximadamente sobre el Trópico de Cáncer, no proyectaría ninguna sombra a mediodía del solsticio de verano (el 21 de junio), ya que el Sol culminaría en el cenit, en cambio, ese mismo día a y la misma hora, en Alejandría sí que lo hacía. Alejandría era la ciudad en la que vivía Eratóstenes, ya que era el responsable de su magnífica biblioteca. Como el Sol está tan lejos, podemos considerar que los rayos que inciden tanto en Asuan como en Alejandría son paralelos.  El ángulo que forman esos rayos con el obelisco es de 0º en Asuan y de 7º en Alejandría. Con esta medición y sabiendo que Asuan y Alejandría están aproximadamente en el mismo meridiano, a 800 km de distancia una de la otra, Eratóstenes dedujo que la circunferencia completa de la Tierra, mediría 40.000 km, un valor extraordinariamente preciso. La Unesco declaró que 2009 fuese el año internacional de la astronomía para conmemorar el 400 aniversario de las observaciones telescópicas de Galileo. Aquel año el experimento de Eratóstenes se repitió en decenas de escuelas, institutos y universidades de todo el mundo con las mismas técnicas que tan ilustrativamente describe Sagan: "Las únicas herramientas de Eratóstenes fueron palos, ojos, pies y cerebros, y además el gusto por la experimentación".
La admiración que siente Sagan por el periodo helenístico y en particular por Alejandría aparece en toda la obra de Cosmos.  Es curioso que el año en que murió Carl Sagan, 1996, se publicó un libro en Italia que habría sido muy de su agrado: La rivoluzione dimenticata (La revolución olvidada) del físico teórico Lucio Russo (1944). En 2004, se tradujo al inglés [7]. Russo defiende que el conocimiento adquirido en esta época de la mano de sabios como Eratóstenes, Euclides de Alejandría (325-265 a.C.), Aristarco de Samos (310-230 a.C.), Apolonio de Pérgamo (262-190 a.C.), Hiparco de Nicea (194-120 a.C.), Ptolomeo de Alejandría (85-165 d.C.) y que se fue acumulando durante varios siglos constituyó una auténtica revolución científica y tecnológica, pensemos por ejemplo en la precisión de los engranajes en el misterioso mecanismo de Anticitera [8], datado en esta época. El fin de este periodo y su olvido coincidiría con la muerte de Hypatia de Alejandría (370-415 d.C.) y la destrucción de la famosa biblioteca de su ciudad natal. Russo recoge la antorcha de Sagan y plantea que el nacimiento del pensamiento científico fue consecuencia de la encrucijada de culturas producida por la expansión del imperio de Alejandro Magno (356-323 a.C.), dominando las civilizaciones de Egipto y Mesopotamia que disponían de tecnologías y economías superiores a las de los propios conquistadores.


Referencias:
[1] Sagan C., Cosmos, traducción de Miquel Muntaner i Pascual y Maria del Mar Moya Tasis, Editorial Planeta, Barcelona, 1980.
[2] Martínez V.J. & Martínez Artero, A., «The Never-ending Story of the Infinite Cosmos», Mediterranean Archaeology and Archaeometry, Vol. 18, No 4, pp. 327-334, 2018.
[3] Peebles P.J.E., The Large-Scale Structure, Princeton University Press, Princeton, 1980.
[4] Jones, B.J.T, Martínez, V.J., Saar, E. & Trimble, V., «Scaling Laws in The Distribution of Galaxies», Reviews of Modern Physics, 76,  pp. 1211-1266, 2005.
[5] Akiyama, K. et al., «First M87 Event Horizon Telescope Results. I. The Shadow of the Supermassive Black Hole», The Astrophysical Journal Letters, 875, 1, 2019.
[6] Tully, R.B., Courtois, H., Hoffman, Y. & Pomarède, D. «The Laniakea supercluster of galaxies», Nature513 (7516), pp 71–3, 2014.
[7] Russo, Lucio (2004), The Forgotten Revolution. How Science Was Born in 300 BC and Why it Had to Be Reborn, Springer-Verlag, Berlin.
[8] Martínez-Artero, A., «El mecanismo de Anticitera», 2017, http://www.conec.es/astronomia/el-mecanismo-de-anticitera/


Vicent J. Martínez.
Catedrático de Astronomía y Astrofísica en la Universitat de València.


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