Estamos solos.
Enciclopedia galáctica.
El libro “Cosmos” fue publicado en el año
1980. Fue uno de esos fenómenos editoriales poco corrientes, pues estuvo
durante mucho tiempo en las listas semanales de los libros más vendidos. Su
autor, Carl Sagan, se convirtió en el más famoso divulgador científico durante
las dos décadas siguientes. Sagan era un científico en los campos de la
astrofísica y de la astrobiología. Desarrolló su carrera en las universidades
de Harvard y Cornell en Estados Unidos y participó en las misiones espaciales
de las sondas Voyager para el estudio de planetas del Sistema Solar. Por ellas
sabemos acerca del volcanismo en la luna Io de Júpiter, de la composición de la
atmósfera de Saturno a base de hidrógeno y helio, del gran campo magnético de
Urano o de la actividad geológica del satélite Tritón de Neptuno. Las Voyager,
lanzadas en los años 70, están alejándose de nosotros por el espacio
interestelar y, al menos hasta 2025, continuarán enviándonos datos de su viaje.
Las sondas Voyager transportan unos discos con música e información como
presentación, por si son encontradas por civilizaciones extraterrestres. Sagan,
que era un entusiasta de la exobiología, disciplina que incluye el estudio de
la habitabilidad de planetas diferentes al nuestro y de la búsqueda de vida en
otros sistemas planetarios, presidió el comité para la realización de estos
discos.
A
los astrónomos nos gusta pensar que una de las primeras actividades del ser
humano como sapiens es la de ordenar el firmamento en su cabeza. Conocer
el firmamento implica comprender los ciclos climáticos del año, para tener un
calendario que le oriente en sus actividades agrícolas y ganaderas. Pero ese
conocimiento implica algo más transcendental: en el firmamento sitúa a sus dioses,
seres sempiternos, omnipresentes y todopoderosos a los que se unirá a través de
la puerta de la muerte. De alguna manera, la aparición de ritos funerarios en
yacimientos arqueológicos son pruebas del grado de humanización de la especie.
El firmamento se utiliza para proyectar nuestra existencia más allá de lo
terrenal.
En
el siglo XXI la especie humana mira al cielo de otra manera. Quizá debido a
nuestra antigua costumbre de situar a nuestros dioses en el cielo, ahora nos
proyectamos a nosotros mismos sobre el firmamento. Y no solo nos vemos
colonizando la Luna, Marte y otros planetas y sistemas planetarios, sino que
racionalizamos nuestra querencia ancestral de socialización hasta convertir ese
deseo en una fórmula matemática: la ecuación de Drake.
La
ecuación de Drake es una de las más famosas en astronomía en particular y en
Ciencia en general. Fue propuesta por el astrónomo americano Frank Drake en
1961 y trata de estimar el número de civilizaciones avanzadas tecnológicamente
que podría haber en nuestra galaxia, aunque bien puede extrapolarse más allá de
nuestra Vía Láctea. Los factores que la ecuación tiene en cuenta son varios:
ritmo de formación de estrellas, fracción de estrellas con planetas, fracción
de planetas orbitando alrededor de su estrella a distancias compatibles con la
vida, fracción de planetas donde podría haberse desarrollado vida y la fracción
de planetas en los que se ha podido desarrollar vida inteligente,
tecnológicamente avanzada y con posibilidades de comunicación. El propio Drake
estimó que podría haber unas diez civilizaciones como la nuestra en nuestra
galaxia. En realidad la ecuación de Drake evoluciona con el tiempo, ya que a
medida que conocemos mejor aspectos como la evolución de las estrellas, el
número de planetas alrededor de éstas y su composición, podemos ser más
precisos a la hora de introducir esos valores en la ecuación. Por supuesto, la
ecuación también está abierta a introducir nuevos parámetros que tengan en
cuenta otros factores importantes antes no contemplados: aspectos propios del
planeta, como actividad volcánica, tectónica de placas o las relaciones de un
planeta con otros dentro de un mismo sistema o con sus lunas.
La
ecuación de Drake tiene algunas críticas, entre las que destaca el hecho de que
incluye factores tan diversos, y algunos de ellos tan complejos, que su
conocimiento está más allá de nuestras posibilidades, y quizá siempre lo esté.
Para mí ésta no es la mayor debilidad de la ecuación. El problema está en la
concepción en sí misma de la ecuación: a pesar de que se propone para responder
a la pregunta de cuántas civilizaciones, aparte de la nuestra, pueden existir
en nuestra galaxia, está construida de tal manera que la respuesta
prácticamente no puede ser cero, a pesar de que no hay ninguna evidencia para
pensar que debe ser así. Cuando extendemos esta falta de evidencia a la
búsqueda de civilizaciones extraterrestres, nos encontramos con la paradoja de
Fermi: si el universo está lleno de vida, ¿dónde está todo el mundo? Hay muchas
y muy variadas propuestas para responder a la pregunta anterior, pero la verdad
es que no hay ni una sola evidencia que nos invite a admitir siquiera el punto
de partida.
Sabemos
que en el espacio hay moléculas orgánicas de todo tipo. Esto no es extraño, ya
que la base de toda la química orgánica que conocemos, el carbono, es uno de
los productos que se obtienen a partir de las reacciones nucleares del interior
de las estrellas y que, a su muerte, pasan al medio interestelar. Sin embargo,
aun con esta aparente abundancia de material orgánico, no hemos detectado aún
organismos vivos, ni siquiera uno sencillo. Podría muy bien suceder que la vida
fuera un fenómeno muy común, pero altamente inestable, y que aunque pueda
aparecer con cierta frecuencia, está condenada a desaparecer una y otra vez,
sin posibilidad de solapamiento. También podría darse el caso exactamente
contrario: que la vida sea un proceso altamente extraño e improbable, pero
estable una vez que aparece, y que solo pudiera darse una vez por universo.
Esto último permitiría que se diera cierto grado de evolución, pero nos
condenaría a la soledad estelar.
“Hydra, Ophiucus,
Cetus”, seriegrafías realizadas a propósito del texto por la ilustradora y
artista de grabados ©Lea Dalissier .
Hacia
el año 1518, después de entregar al emperador mexica Moctezuma unos pergaminos
a modo de fotografías describiendo a unos hombres barbudos y pálidos, recién
llegados procedentes de Oriente en casas flotantes, que cabalgaban sobre unos
monstruos aterradores, los consejeros del emperador se reunieron. Sus
conclusiones fueron claras: son los hijos del dios de la vida, la serpiente
emplumada Quetzalcóatl. Fueron a consultar a los máximos sacerdotes si sus
antiguas profecías se estaban cumpliendo.
Algo similar ocurrió cuando los hombres de Francisco Pizarro se
acercaban a tierras incas, Atahualpa, su jefe, fue inmediatamente alertado por
uno de sus sacerdotes: “Viracocha ha vuelto”. Los incas creían en el dios
Viracocha, su dios creador, que partió con sus criados por mar hacia el sol
poniente y que de esa dirección retornaría. Los españoles eran sin duda los viracochas.
A buen seguro no son éstas las dos únicas veces en las que el encuentro entre
dos culturas termina en cónclave de sacerdotes, pero me bastan para ilustrar
una idea: la primera vez que veamos aterrizar naves extraterrestres con formas
antropomórficas saliendo de ellas, serán sin duda generaciones descendientes de
los primeros grupos de personas que desde la Tierra colonizaran el espacio
exterior. Eso sí primero evolucionamos a seres inteligentes. Sin haber conocido
a Sagan personalmente y aún sabiendo de su entusiasmo por la exobiología, creo
que estaríamos de acuerdo en esto.
Notas
bibliográficas:
(1)
Sobre las sondas Voyager, los resultados obtenidos y los discos incluidos en
ellas, se puede encontrar toda la información en la web de NASA: https://voyager.jpl.nasa.gov
(2)
Una obra amena para adentrarse en la evolución de la especie humana es la obra
de los autores del Proyecto Atapuerca J.L. Arsuaga e I. Martínez “La especie
elegida”, Ed. Temas de Hoy, 1998.
(3)
Muchos aspectos que la Astrobiología estudia y que aquí solo se mencionan
sucintamente pueden estudiarse en la obra editada (en inglés) por G. Horneck y
C. Baumstark-Khan “Astrobiology. The Quest for the Conditions of Life”, Ed.
Springer, 2002. La obra ha podido quedarse algo rezagada respecto a algunas
misiones espaciales (aunque hay ediciones posteriores a la utilizada), pero
sigue siendo un buen referente para analizar el origen de la vida y sus
condiciones en el Sistema Solar.
(4)
Sobre mitología y constelaciones, tanto en Occidente como en Oriente, puede
consultarse la colección de seis pequeños tomos de A. Martos Rubio “Historia de
las Constelaciones”, Ed. Equipo Sirius.
(5)
La ecuación de Drake puede consultarse en la página web de SETI: https://www.seti.org/drake-equation-index
(6)
Argumentos sobre por qué no encontramos civilizaciones extraterrestres en
respuesta a la paradoja de Fermi hay para todos los gustos. La recopilación más
extensa se puede consultar en el libro en español de S. Webb “Si el universo
está lleno de extraterrestres… ¿dónde está todo el mundo?”, Ed. Akal, 2018.
(7)
Las anécdotas sobre los indígenas mesoamericanos pueden ampliarse a partir de
la obra de Juan Eslava Galán “La Conquista de América para Escépticos”, Ed.
Planeta, 2019.
Rodrigo
Gil-Merino y Rubio.
Doctor en Astrofísica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario