martes, 23 de junio de 2020

Mitología de la Ciencia: evolución de las cosmovisiones - Tomás Sánchez Sánchez-Pastor

7.2
Mitología de la Ciencia: evolución de las cosmovisiones.
El espinazo de la noche.





A lo largo de la historia, el ser humano, ha destacado por su interés en conocer el Universo en el que vive a través de las herramientas de las que disponía en cada momento. A día de hoy, consigue hacerlo de manera metódica y cuantitativa desde las interacciones entre los elementos fundamentales (quarks, electrones, neutrinos, etc…) hasta la estructura a gran escala del propio Universo, pasando por la química y la biología en las escalas intermedias. Pero antes de que las ciencias se erigiesen como la punta de lanza del progreso intelectual, los pensadores y pensadoras sólo podían hacer uso de la Filosofía.
En el séptimo capítulo de Cosmos, El espinazo de la noche, Carl Sagan hace una revisión histórica del desarrollo de la ciencia y su relación con los mitos en la antigua Grecia. Esto es la cosmovisión, entendida como el conjunto de ideas sobre el Universo, así como toda interpretación de la realidad que comparten los habitantes de una misma civilización, cultura o sociedad. Por norma general, las cosmovisiones antiguas giran en torno al mito: una narrativa que asocia los fenómenos naturales que no pueden explicar a entidades divinas (dioses) para eludir las primeras cuestiones. De esta manera, para la sociedad nórdica, el paso de los días se debe a que los dioses Luna y Sol eran constantemente perseguidos por dos lobos, los hijos de Fenrir: Hati y Sköl.
La mitología griega desembocó en la filosofía de la naturaleza (paso del mito al logos). Como bien relata Sagan en su libro, las ciencias empezaron a apoyarse en los experimentos y las matemáticas eran el camino para conocer la verdad absoluta. Aunque es importante remarcar que no había un consenso en la manera de hacer ciencia porque aún no la habían separado de la filosofía. De hecho, muchas de sus explicaciones se sustentaban en ideas indemostrables que eran necesarias para la consistencia de su cosmovisión. El concepto de Dios seguía ligado a la ciencia, aunque no hicieran referencia a él directamente.
También en Grecia, uno de los mayores exponentes de la filosofía fue Aristóteles (siglo IV a.C.). En cuanto a su ciencia, una de las cuestiones que abordó trata sobre el origen del movimiento. Tanto fue la importancia de su análisis que el concepto de energía potencial de la física moderna es una definición aristotélica: la energía potencial es la energía que un cuerpo podría llegar a tener. Aristóteles llegó a la conclusión de que todo móvil es movido por otro, que a su vez es movido por otro motor y así sucesivamente. De manera completamente especulativa y sin un ápice de lógica científica, aludió a la existencia de un ser divino llamado Primer Motor Inmóvil, que ocasiona todo el movimiento del Universo. Esta manera de “hacer ciencia” continuó hasta la edad moderna, momento de separación entre las ciencias y el concepto de Dios, por lo menos, aparentemente.
El Renacimiento del siglo XV y XVI fue clave para reformular todo lo conocido y desligar la figura del ser humano del centro de la creación. En esta labor, los avances en astronomía llevaron a replantearse la cosmovisión heredada y sus dogmas, lo que acabó comportando la destrucción del cosmos antiguo. Copérnico ayudó a su destrucción postulando el modelo heliocéntrico. En términos físicos suponía que todos los astros girasen en torno al Sol, en cambio, en términos teológicos suponía que Dios no había creado el planeta Tierra en el centro absoluto del Universo. Años más tarde, Galileo Galilei, entre otros, demostró que el modelo heliocéntrico era correcto. Aplicó el método compositivo-resolutivo, sentando las bases del método científico actual. Este método se caracteriza por:
- La observación de los fenómenos.
- Elaboración de hipótesis, que expliquen la causa del fenómeno.
- Sobre la hipótesis se ha de hacer una deducción matemática.
- Las consecuencias deductivas han de ser medidas en un experimento.

A partir de Galileo, todos los dogmas del pasado dejaron de influir en el desarrollo de las ciencias. Esta nueva cosmovisión destacaba por la preferencia de las teorías más simples (Navaja de Ockham), el determinismo matemático derivado de las Leyes de Newton (conocidas las condiciones iniciales de un sistema físico, su futuro es completamente predecible), la desvinculación de Dios al estudio del Universo y el enaltecimiento de la razón y del empirismo.


Hipótesis, experimento, deducción y conclusión del método científico. 



A medida que pasaban los siglos mayores eran los logros de las ciencias. En el siglo XVIII, era tal la importancia que había adquirido el método científico que empezó a desarrollarse una corriente filosófica que despreciaba las cuestiones del resto de campos del conocimiento, el positivismo. Bajo el criterio de los positivistas, el conocimiento verdadero es el que se puede obtener a partir del método científico, no tiene sentido responder las cuestiones que no puedan ser abordadas a partir de él, como la existencia de Dios.

Inmerso en esta cosmovisión, en el siglo XX, Karl Popper desarrolló su propia filosofía científica que no despreciaba el resto de campos. Su contribución más importante al método científico fue el falsacionismo. Para Popper, una teoría científica es válida si se puede realizar un experimento que contradiga las hipótesis iniciales. Toda teoría falsable está constantemente abierta a ser refutada. Así, la comunidad científica puede establecer límites en la validez de las teorías; la física clásica es válida hasta escalas muy pequeñas, donde las propiedades cuánticas dominan. Las observaciones confirman las teorías, pero estas son completamente indemostrables.

Todas las ideas que se han presentado anteriormente (mitos, cosmovisión y falsacionismo) tienen una relación directa con la cosmología actual. Como bien es sabido, la cosmovisión y la cosmología han evolucionado de manera univitelina. La cosmología siempre ha planteado preguntas sin repuesta experimental: ¿cuál es el origen del Todo?, ¿cuál es el final del Todo? No se pudo dar explicaciones ni si quiera parciales a estas preguntas hasta que Einstein desarrollase la teoría de la Relatividad General, en 1915. A partir de ella elaboramos el Modelo Cosmológico Estándar (MCE) para describir la evolución del espacio-tiempo en términos de la distribución de materia y energía existente en el mismo, desde los primeros instantes del Universo hasta hoy. La región de validez de la cosmología no es aplicable a tiempos muy pequeños, donde es necesaria una teoría cuántica de la gravedad que de cuenta del comportamiento del espacio-tiempo a esas escalas.

El mayor contratiempo es que muchas de las cuestiones cosmológicas se toman como científicas cuando son un sucedáneo filosófico, donde unos mitos se han sustituido por otros. Varias/os cosmólogas/os defienden que la cosmología ha de ser tratada únicamente en términos científicos, apostando por un positivismo que deje de lado todos los demás ámbitos del conocimiento. Esto es incompatible con reconocer la multiplicidad de las ciencias para el estudio del Cosmos, necesario para estudiar el problema completo y no una porción de este. Uno de los problemas de tratar la cosmología como una ciencia teórica reside en que las interpretaciones de las observaciones que la respaldan deben de hacerse de manera cautelosa, por ejemplo, el redshift galáctico. La Relatividad General explica de manera inequívoca las observaciones del redshift a partir de la expansión acelerada del Universo. Realmente, no hemos observado la expansión del Universo, hemos observado que toda la luz proveniente de las galaxias lejanas es más rojiza de lo que deberíamos medir, la expansión se infiere únicamente del modelo matemático.

Es más, la cosmología no es una ciencia de laboratorio, y si se nos apura, ni siquiera una ciencia observacional. En cosmología no caben los experimentos más que en simulaciones computacionales y tampoco, observaciones estadísticas, pues Universo no hay más que uno (Uni-verso). A este problema se añade que el entendimiento del Cosmos como un todo no puede caber en una hoja de papel. A lo sumo, la cosmología estará abordando un recinto limitado suyo, algo mucho más modesto: el Universo observable, la física a las mayores escalas accesibles al ser humano.

En cuanto a las repercusiones teológicas del MCE, muchas/os cosmólogas/os han intentado borrar a Dios de la creación. En palabras de Stephen Hawking: “No es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo”. Por otro lado, en vistas de la incuestionabilidad de las observaciones, los representantes de la religión occidental lo tomaron como prueba de la existencia de Dios, tal y como recoge el siguiente extracto de Pío XIII: “La ciencia moderna nos ha provisto de la prueba del inicio del tiempo... por lo que la Creación tuvo lugar. Por lo tanto, tiene que haber un Creador; por tanto, Dios existe”. Dios no habría creado el Universo, pero le convencía el Modelo Cosmológico Estándar.

Actualmente, la imposibilidad de obtener datos del Universo primitivo y el problema del diseño inteligente (el valor de las constantes de la naturaleza permite nuestra existencia, principio antrópico) ha resultado en una fauna de teorías sin respaldo experimental alguno; la Teoría de cuerdas y los Multiversos, entre otras. La primera trata de dar una explicación cuántica de la gravedad para explicar el punto cero del origen del Todo. La segunda, resuelve el diseño inteligente proponiendo que nuestro Universo no es el único, sino que es una burbuja entre una barahúnda de Universos, cada uno con unos valores de las constantes distinto de los demás. En decir, evitan el diseño inteligente con una explicación aleatorio-estadística. Estas, son pura mitología, pues no son falsables.

Concluyendo, la cosmología, aún siendo una teoría confirmada experimentalmente no puede separarse de la filosofía. Salvando las distancias con el mito del Cosmos, no podemos poner en duda que el desarrollo de las Ciencias es, en gran medida, lo que nos ha hecho prosperar, y, sus logros no han de ser menospreciados. Con el paso del tiempo aprendimos a desechar las cosmovisiones mitológicas para agarrarnos a otras más lógicas, el progreso nos indica que fue buena elección separar las Ciencias de los dioses, aunque los dioses no mueren (como diría Nietzsche), los dioses se reemplazan. Para romper el mito debemos reconocerlo y guiar a la humanidad desde todas las perspectivas hacia el progreso del saber y, por ende, al progreso de nuestra especie en este vasto Universo.



Tomás Sánchez Sánchez-Pastor.
Investigador joven en Inteligencia Artificial.
CIEMAT.


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