La destrucción de la Biblioteca de Alejandría y la muerte de Hipatia.
¿Quién habla en nombre
de la Tierra?
Nos
remontamos al año 332 a.C., cuando el Gran Alejandro Magno, rey de Macedonia y
Hegemón de Grecia, en su conquista por el Mediterráneo, luchó contra los persas
en Gaza con el fin de liberar al pueblo egipcio. Esta batalla acabó en victoria
para el honorable militar griego y con el fin del yugo persa en Egipto. Tal fue
el agradecimiento del pueblo que le proclamaron faraón y fundó la ciudad que
hasta nuestros días lleva su nombre, Alejandría.
La
ciudad estaba situada a orillas del mar Mediterráneo, en la parte más
occidental del delta del río Nilo. El puerto de la ciudad quedaba amparado de
las fuertes tempestades por la posteriormente famosa Isla de Faros. Además, un
canal permitía a las grandes embarcaciones mercantiles que navegaban por el
Nilo llegar al puerto. Así, este enclave pronto se convirtió en uno de los más
transitados del mundo.
Además de la ambición por conquistar nuevas
tierras, Alejandro Magno tenía un gran interés por la cultura, la ciencia y las
letras. Alejandro destacó desde su niñez por su inteligencia y astucia,
cualidades que fueron potenciadas por sus diferentes mentores, como el
emblemático filósofo Aristóteles. Este interés por el conocimiento y el arte
sirvió de modelo a la dinastía Ptolemaica, la cual gobernó Egipto cuando el
gran conquistador murió en el 323 a.C. con apenas 32 años.
La
cultura helenística de la Antigua Grecia rivalizaba en Alejandría con la
milenaria cultura egipcia. Con el fin de aunar ambas culturas, Ptolomeo I
decretó el culto oficial a la deidad Serapis en ambas tierras y, además, lo
declaró patrón de Alejandría. Sin embargo, la ciudad se urbanizó siguiendo las
líneas de la arquitectura helenística y, con el fin de dar prestigio y hacer
gala del arte griego, se llevaron a cabo ambiciosos proyectos arquitectónicos.
Ptolomeo
I, que fue guardaespaldas y amigo de Alejandro Magno, hizo construir durante su
mandato el Mouseion o Museo de Alejandría. Era un espacio dedicado a las
musas, hijas de Zeus, que servían de inspiración a artistas y filósofos. El
Museo contaba con diferentes dependencias, como un zoológico, jardines
botánicos, comedores o salas de reunión e investigación. También disponía de
habitaciones para los trabajadores y estudiantes de este impresionante lugar.
Entre
las anteriores dependencias destacaba la Gran Biblioteca de Alejandría, cuya
importancia y fama ha
trascendido durante siglos. Una larga lista de eruditos de diferentes
lugares viajó a Alejandría para formarse e investigar. Uno de los más
destacados fue Eratóstenes, que llegó a ser bibliotecario jefe, y cuya obra más
notable es la medición de la circunferencia de la Tierra.
Los
sucesores de Ptolomeo I heredaron este interés por la cultura, y cierta sed
insaciable de fama, y se propusieron convertir la Biblioteca en el centro
neurálgico del saber. Se hacían expediciones por las ciudades mediterráneas y
se registraban todos los barcos que atracaban en el puerto en busca de
manuscritos para copiarlos y añadirlos a su colección.
Colección
y prestigio que tanto crecieron,
que se construyeron otras bibliotecas –llamadas hijas– en la ciudad para
acabar albergando gran parte de todo el conocimiento del Mundo Antiguo. La biblioteca
hija más famosa estaba localizada al sur de la ciudad, en el templo Serapeum
o Serapeo; edificado en honor a Serapis.
Llegados
al siglo II a.C., la inestabilidad política y económica de los últimos años de
la dinastía Ptolemaica supuso un decaimiento de la actividad cultural. Comenzando
con Ptolomeo VIII, que expulsó a muchos eruditos de la ciudad como represalia
por no haberle apoyado en sus trifulcas familiares para conseguir el ascenso al
trono. Asimismo, la figura emblemática de bibliotecario jefe se vio gravemente
devaluada al utilizarse el cargo como recompensa política para aquellos leales
a la corona.
El
presupuesto otorgado al Museo iba disminuyendo y la situación política no
mejoraba. Esto provocó inevitablemente una fuga de sabios a otras ciudades
mediterráneas y a la principal rival de la Biblioteca de Alejandría, la
Biblioteca de Pérgamo. El fin de la dinastía y la llegada de los romanos a
Egipto en el 30 a.C., propició aún más el declive cultural de la ciudad. Años
después, en el siglo II d.C., la peste antonina asoló al Imperio romano y
diezmó la población del Mundo Occidental.
Pese
a esta decadencia, la Biblioteca sobrevivió muchos años más, almacenando en sus
estanterías importantes obras y acogiendo a ilustrados que, aunque de forma
mucho más precaria, seguían aportando conocimiento al mundo. Aunque durante la
crisis del siglo III d.C. del Imperio romano se suprimió la financiación al
Museo, además de sufrir numerosos saqueos. Hasta que, a finales de este siglo,
la Gran Biblioteca de Alejandría no era más que un dulce recuerdo.
Sin
embargo, varios historiadores afirman que Teón de Alejandría (335 - 405) fue
bibliotecario de la biblioteca hija del Serapeo y que, por tanto, esta seguía
en pie en el siglo IV. Teón era un filósofo de la escuela neoplatonista,
astrofísico y matemático. También fue un padre peculiar, pues sumergió a su
hija Hipatia (360 - 415) desde pequeña en la ciencia y le enseñó todo lo que
estaba a su alcance.
Hipatia
pronto se convirtió en una mujer excepcional, con una vasta cultura, un dominio
de las matemáticas brillante y una personalidad fuerte. Es difícil catalogar a
Hipatia en una escuela filosófica, religión o movimiento, pues se cree que era
una persona muy crítica y como tal, no comulgaba completamente con ningún
movimiento. Aunque tuvo una fuerte influencia del neoplatonismo por su padre.
Este
movimiento del helenismo tardío revivió y replanteó la filosofía de Platón. Se
basa en una teoría unificadora y mística en la que todo emana de una única
realidad suprema; tanto la inteligencia, como el alma y la materia. Esta teoría
fue bien acogida por el cristianismo -religión oficial del
Imperio romano desde el 380- ya que identificaban a
ese origen de todo como Dios. Hipatia tuvo discípulos tanto paganos como
cristianos, y varios de ellos llegaron a alcanzar altos cargos en el gobierno y
en la Iglesia.
Hipatia
llegó a convertirse en una figura altamente valorada en Alejandría y con gran
influencia en las altas esferas de la ciudad. El patriarca Cirilo, que era el
máximo exponente de la Iglesia cristiana en Alejandría, endureció la
persecución a otras religiones y al paganismo. La ciudad quedó entonces
dividida y sufría continuas trifulcas entre sus habitantes y frecuentes ataques
a los templos paganos como el Serapeo, que fue finalmente destruido en el año
391. Orestes, prefecto de la ciudad, amigo y discípulo de Hipatia, se bautizó y
aconsejó a esta que también lo hiciera, pero ella, fiel a sus principios, se
negó.
Fotografía de las
ruinas del Serapeo.
Se
forjó una fuerte enemistad entre Cirilo y Orestes. Este último llegó a
contactar al emperador Teodosio II denunciando al patriarca por sus
persecuciones y actos. Un grupo de unos 500 monjes del desierto de Nitria llegó
entonces a Alejandría para apoyar a Cirilo. Poco después, Orestes sufrió un
ataque por parte de uno de estos monjes, un tal Amonio, que fue posteriormente
encarcelado y asesinado. A lo que Cirilo respondió recogiendo su cadáver,
enterrándolo en una iglesia e intentando proclamarlo mártir. Pero tanto la
autoridad local como parte de la comunidad cristiana se opuso y aumentó la
tensión en la ciudad.
Aunque
entre los cristianos más radicales creció la idea de que la enemistad entre
Cirilo y Orestes era causa de la filósofa Hipatia, ya que el prefecto contaba
frecuentemente con su opinión y consejo. Un fatídico día de marzo del año 415,
Hipatia fue atacada mientras volvía a casa por una turba violenta de
cristianos. La sacaron del carruaje donde viajaba, la golpearon y arrastraron
por las calles hasta llegar a la catedral de la ciudad. Allí la desnudaron,
apalearon hasta la muerte y descuartizaron su cuerpo con conchas marinas. Este
brutal asesinato supuso al patriarcado alejandrino una pérdida de influencia
política importante. Aunque a Cirilo sólo le fue retirada la guardia de los 500
monjes por su posible implicación y, tras su muerte, fue proclamado Doctor de
la Iglesia y santo.
Toda
la información que nos llega de Hipatia, al igual que de otros filósofos de la
época, es por medio de las obras que se conservan de ellos y de las cartas que
escribían sus discípulos. De esta forma, los datos históricos se nos presentan con
un revestimiento de subjetivismo e interpretación. Por ejemplo, ni siquiera
sabemos con certeza dónde se hallaba la Gran Biblioteca de Alejandría.
En
el capítulo 13 de la serie Cosmos, Carl Sagan nos relata esta historia de una
forma contundente y lanzando una fuerte crítica a aquellos ambiciosos e
ignorantes que han destruido tanto conocimiento a lo largo de la historia,
apelando a los espectadores que no se vuelva a repetir. No obstante, algunos de
los datos que se proporcionan son un tanto controvertidos y en los que no se
llega a ningún consenso, como en el número de manuscritos almacenados en la
Biblioteca, donde las cifras varían entre treinta mil y medio millón.
Sea
lo que fuere, se destruyeron grandes obras de escritores, artistas y
científicos causando una fuerte ralentización en el avance del conocimiento. Pero
no creamos que esto forma parte del pasado, no. Movimientos actuales
religiosos, sociales y políticos anulan el pensamiento crítico de muchas
personas que, con el fin de apoyar un fin o causa, se convierten en un mero
eco.
“Defiende tu derecho a pensar,
porque
incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar”
Hipatia
de Alejandría.
Pilar Sánchez
Sánchez-Pastor.
Doctora
en Ciencias de la Tierra.
Swiss Seismological Service, ETH Zürich.
Swiss Seismological Service, ETH Zürich.
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